domingo, 1 de mayo de 2011

El absurdo caso del diapasón, el póquer y la viuda insomne (capítulo 4)



En ese momento en el que el negro del cielo se convertía en azul naranja y comenzaba a cubrir la ciudad, Bricenio y Rodrigues abandonaban la escena del crimen. Repartieron instrucciones al personal forense que recién llegaba al lugar, con caras de madrugonazo obligado, y marcharon a recomponer el espíritu en el único lugar que, a esas horas, podría recibir a este par de sujetos.

Luego de “meterse entre pecho y espalda” - según la expresión típica de Bricenio - 3 arepas, 1 cachito, un refresco y 2 cafés, marcharon hacia la comisaría con la firme esperanza de no encontrar a nadie a tan tempranas horas. Esta tranquilidad permitiría a cualquier empleado avanzar en tareas administrativas retrasadas, ordenar folios o incluso hacer uso del Internet para asuntos personales, llevados a esto por una inexplicable interrupción del servicio de Internet en sus domicilios. Sin embargo no era esto lo que esperaba a los detectives.

Durante la comida, ambos se encontraban hipnotizados. Tal vez por lo enrevesado del crimen que se encontraba ante ellos, o por la voluptuosidad de las mujeres involucradas en el siniestro, o simplemente por el hambre. Por la razón que fuese, durante le desayuno ninguno hizo un guiño de encontrarse dispuesto a la más mínima conversación.

Al llegar a la comisaría, Rodrigues esbozó una sonrisa que rompió la monotonía de la escena.
“¿De que te ríes?” - preguntó Bricenio.
“Creo que es la primera vez que llego a la comisaría y no tengo que dar un montón de vueltas para estacionarme”

Y cierto era. La constitución arquitectónica del recinto omitió la necesidad de un estacionamiento en condiciones para el nutrido parque automotor del personal. Sólo dos patrullas y una motocicleta ocupaban algún puesto de estacionamiento.

“¿Y esa moto?” - preguntó Bricenio.
“Ni idea. Será una confiscación de Pacheco. Ya sabes lo que le gusta enfriar las motos aquí para ver si le saca algo al dueño” - contestó Rodrigues.
“Por gente como él es que tenemos la fama que tenemos” - espetó Bricenio con un semblante moralista muy poco propio de él.

Al entrar en la oficina se sorprendieron de que todas las persianas estaban cerradas. Tanta privacidad era algo poco visto en la delegación, después de todo ¿quien iba entraría de hurtadillas en un comando de la policía?.

En la oficina pesaba un aire enrarecido. Rodrigues se quedó en la puerta interrogando acerca de la extraña moto en el aparcamiento a los dos cabos dispuestos en la entrada a modo de vigilancia. Bricenio se adentró dubitativo en la oficina de homicidios, que estaría totalmente a oscuras, sino fuese por los rayos del sol que empezaban a colarse por las persianas. Desenfundo la pistola, como era su fetiche. Rodrigues siempre le decía que había visto demasiadas películas de John Wayne y que había interiorizado inconscientemente que con la pistola en la mano tenía razón suficiente para sentirse más seguro. Se escuchaba un ruido de ventilador al fondo, en la oficina del jefe, y unos pasos apresurados desde el corredor. Invadió su nariz un profundo olor a cigarrillo que aumento su inquietud, siendo la comisaría un lugar donde no se podía fumar. Comenzó a sudar mientras avanzaba hacía la fuente de los sonidos. En ese momento una mano le tomó el hombro e hizo que la arritmia de Bricenio llegase a un súmmum peligroso. Era Rodrigues.
“Bricenio, me dijeron los cabos que el jefe esta en la oficina”
“ ¡¿El jefe?!... no me jodas. Y yo sin bañarme” - contestó Bricenio
“Tenemos que ir a verle”

Tener al jefe en la oficina causaría menos curiosidad si se obviaran los antecedentes del Comisario General de la Brigada de Homicidios, al fin y al cabo no es infrecuente que un jefe se presente en la oficina un poco antes de las 6am. Pero en Comisario Esteban Castro Müller no era lo que podríamos llamar un jefe “normal”.  De nacionalidad venezolana y alemana, fue en su tiempo un oficial muy bien situado en la Stasi, el Ministerio para la Seguridad del Estado o Ministerium für Staatssicherheit, el órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana (RDA). Con la caída de la URSS emigró a Venezuela, aprovechando que conservaba aún muy estrechos vínculos con la modesta familia de Maracaibo. Especialmente con su hermana Cristina, con la cual le unía un amor que pasaría cualquier frontera.

Formado en la educación alemana de la postguerra con un intenso sentido del rigor, la responsabilidad y la tenacidad, desarrollo en la Stasi todo lo que se espera de un buen policía, y no es de extrañar que su ascenso en la cadena de mando de la policía de Maracaibo haya sido meteórico. A sus 65 años era un jefe ermitaño, sarcástico y ácido. Daba la sensación que su perspicacia era tal que podía ver crecer la yerba. Formado en los intríngulis de la Alemania comunista, los misterios de la delincuencia marabina eran, para él, un juego de niños. En resumen, cuando uno va, él ya había ido, regresado y te había dejado pagado el peaje.

“Tocar la puerta, luego entrar… Tocar la puerta, luego entrar” Se repetía en su cabeza Rodrigues para evitar que su curiosidad le hiciera perder cualquier sentidos de los modales y el respeto hacia la cadena de mando.

La escena que se encontraron al abrir la puerta les causo tal impresión que les tomó a los detectives aproximadamente 30 segundos el cerrar la boca. El comisario sentado en su silla de escritorio, su cabeza yacía sobre los brazos cruzados y estos sobre la mesa. Despeinado, oloroso, traspirando, con la camisa a medio abrir. Un cigarrillo encendido en el cenicero, junto con los cadáveres de otros tantos, que al parecer, amenizaron la madrugada. A su lado una botella de ron, la cual a penas conservaba dos dedos de su contenido.

“Jefe, ¿está usted bien?” - preguntó inquieto Rodrigues mientras Bricenio enfundaba su arma.
“Aprenderéis lo que significa el silencio cuando lo único que escuchéis sea el sonido que hace un cigarrillo al consumirse” - Contestó el jefe en una especie de acertijo que no era tal, mientras levantaba la cabeza.
“¡Que molleja de pea!” - pensaron Bricenio y Rodrigues al unísono y sin saberlo.
“Jefe, traemos noticias de un homicidio…” anunciaba orgulloso Bricenio.
“… ocurrido en la calle 76 con la 4. Un joven a muerto por causas desconocidas y me sorprendería mucho que, conociéndoles, me traigan ahora una milagrosa explicación de lo sucedido” interrumpió el comisario con el semblante descompuesto pero transmitiendo una soberbia propia del que sabe todo y sabe que ya no hay vuelta atrás.
“Quiero el informe de los interrogatorios y hallazgos preliminares sobre mi mesa a las 0930 horas… y ahora os podéis largar”

Los detectives abandonaron la oficina con más preguntas que respuestas. Sin embargo, antes de salir, el ojo curioso de Bricenio logra ver una foto de una señorita encima del escritorio del jefe. “Se ve un poco antigua, debe ser de su madre o su hermana” pensó para su adentros sin darle mayor importancia.

Entre sollozos y lagrimas el Comisario se aferraba a la foto en blanco y negro. “Hermana, todo esto lo he hecho por ti. Lo he hecho por ese encargo que me dejaste antes de cometer esa locura de quitarte la vida. Te juré hacer todo cuanto estuviese en mis manos por hacer feliz a tu hijo, te juré cuidarle y seguirle en sus pasos hasta el final. ¡Maldito juramento!”

Le interrumpió el celular. Al descolgarlo una voz masculina le hablo directamente:
“Tío, ¿que ha pasado?” 

                                                                                                                             Alejandro Goiri
                                                                                                                             @ale_pinzafina

5 comentarios:

  1. Doy gracias por no ser quien vaa desenrredar este kilo de estopas.

    Me ha gustado mucho el cambio de ambiente. Estos personajes cada vez me gustan mas.

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  2. Un giro inesperado, 2 nuevos personajes, la cosa se complica y no creo que pueda aguantar 7 días sin saber qué pasará. Creo que hablo por todos cuando digo que queremos ver al comisario Castro Müller en la ilustración de este capítulo.

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  3. Anabelha Ferrari1 de mayo de 2011, 15:03

    En mi opinión,hasta ahora, este ha sido el mejor de los capítulos. La viuda? La Madre? Muy obvio. El criado? Podría ser. El comisario? Seria interesante conocer los motivos.

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  4. Coincido con anabelha, el mejor hasta los momentos, creo que es hora de "enrumbar" la trama hacia el desenlace...

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  5. Menos mal que no es un concurso, jeje! Es más el que viene seguro que es mejor, y el último será el clímax del cuento. Así debería ser. Ese es el arte de tocar una pieza, en este caso, a 6 manos.

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